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"Don't listen to what they say. Go see."

La vida suiza

La vida suiza

Ahora que estoy aquí, en Suiza, viajando en tren veo en vivo las postales de montañas nevadas al fondo, montañas verdes y muchas vacas. Cada una tiene un nombre? Siento tantas ganas de caerme al lado de una de esas vacas y abrazarla, está claro que nunca he abrazado a una vaca, de perros solo abracé con todo mi amor a Iris, la mugrocita de ojos más hermosos que adoraba ver en San Rafael. De gatos, he abrazado a algunos que me lo han permitido, y como cualquier otra persona que ame a los gatos a otro par por la fuerza (perdón Tito). A veces sueño que abrazo guacamayas. Estoy segura de que es un arquetipo humano, es un deseo de todos, un apetito inmenso de un totoro, de un perro volador de la historia sin fin, de un oso amoroso. 

Mientras pienso en las vacas suizas y en un halcón que acabo de ver, voy a Ginebra por que ahora vivo allí, fue una de esas decisiones que no se sabe bien de donde surgieron, así pasó, vivo allí, no lejos de su lago azul, o sea a unas cuadras de los cisnes, también vivo cerca a la estación principal, a un super mercado barato, de un bar de gente sospechosa, de dos pizzerías, de panaderías y de una tienda de motos. Lo que se ve desde mis ventanas es un edificio de unas cuatro plantas, soso, con banderas de Suiza y Ginebra afuera, es un hostal juvenil del que salen grupos de estudiantes y fumadores en chanclas. De la ventana también veo un arbolito, flaco y solo, el único árbol a la vista, lo único verde en un par de calles; para ser un país tan verde, la ciudad tiene muy pocos árboles.

Extraño tener a alguien que note cuando salgo a la calle con las etiquetas de la ropa aún colgando. Quizás no, en realidad prefiero la soledad tantas veces, me gusta estar sola, salir sola, pasear sola, también me gustan mis amigos, mi familia. Con los amores todo se pone complicado, no han sido pocos los que he sufrido y sufrido ha sido la palabra central. No me gusta cuando la gente usa la palabra solita, existo sola, no solita, me basta mi compañía la mayoría de veces, pero está claro, no todas. 

Cuando viajo escribo cartas en mi cabeza que nunca se transcriben en la realidad, se pierden siempre con la ruta del tren. Ayer pasé pasé por lagos y vi los alpes, otra vez vi a las vacas pastando y descansando, salí de una casa en un casi pueblo al norte de Italia donde pasé la noche, el cielo estaba cerrado y bajito, pronto desde el tren de saluda se abrieron las nubes y vi el día azul que había fuera de ese pueblo. Cuando hay nubes, cuando el cielo es gris, cuando hace frío, siento cada célula de mí que se contrae, que se deprime, que se aísla. Me siento atrapada, es una cárcel que no entiendo. Veo las caras de la gente en el tranvía y siento la mía que cae pesada, los ojos tristes, la expresión desdichada. El sol trae la vida y no se como adaptarme a la existencia cuando no está. Del invierno pasado recuerdo poco, fue como un mal sueño. Pasé navidad sola en Bergamo, cerca a Milan, el pueblo no tenía ninguna particularidad festiva de la que sigo acostumbrada, no se bien donde pasé el año nuevo, tal vez al sur, tal vez quise buscar el mar en un gran desespero de escapar el frío, frio maldito. 

Han pasado muchos meses desde que escribí, llevo ya más de un año en esta vida que aún no he asumido como la mía pero he aceptado más que no estoy en la ruta constante, he aceptado un poco más tener una casa pero aún me cuesta, tener cosas tiene un peso que desacostumbro. Solo extraño mi cama si duermo en un colchón duro con almohadas pesadas y sábanas ásperas. Por lo demás siento comodidad en lo que no me es familiar. 

Del verano quise atrapar cuanta luz pudiera, pasé 10 días en dos lugares de Grecia. Fui al pueblo medieval escondido en una roca del que me enamoré, con un calor calcinante al medio día, buscaba la piedad de alguna sombra de los pocos olivos que habían en el pueblo. Solo había una salida al mar, se bajaba un peñasquito y ahí estaban las piedras que servían de playa. En la tarde no había como escapar del sol, y ahí me quedaba cuanto podía aguantar. Las noches eran lo mejor, el silencio era absoluto, atrás siempre se notaba la silueta de la gran roca y luego, la vista del frente era el mar, que se sentía infinito y calmo. También degusté de la salida de la luna, roja y pequeña, y de las miles de estrellas, un cielo no contaminado y claro, me tiraba en la terraza y me quedaba por momentos dormida, para despertar de nuevo con la vista a las estrellas. Me costó varios días volver a mi centro, quitarme un poco de la ansiedad constante, bajar el ritmo cardiaco, vivir lento, con ropa suelta, con estado contemplativo.

Lista de viaje

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