El izakaya ideal
El apartamento que tenía alquilado por una semana en Kioto estaba a unas cuantas cuadras del Pabellón Dorado (Kinkaku-ji). Era un estudio con buen espacio, un balcón que daba hacia la calle y otro en la parte trasera que daba hacia lo que parecía ser un antiguo cementerio de animales. Era mi último día en Kioto así que decidí salir a buscar un izakaya y tener algún contacto social, había descubierto que la mejor forma de conocer locales era visitando los diminutos bares de barrio y hablar con gente que ya estaba un poco tomada y por tanto más predispuesta a interactuar y con menos sonrojo de hablar en ingles o al menos intentarlo.
Tomé un bus (o dos) hasta el centro de la ciudad para comenzar allí la búsqueda del bar japonés perfecto. El izakaya que necesitaba tenía que ser pequeño como para 5 o 6 personas, no debía estar completamente lleno (obvio), tenía que ser lindo pero sobre todo acogedor e idealmente el dueño con solo verlo debía dar una impresión interesante por que él/ella sería el espíritu y la personalidad de su izakaya. Caminé mucho, di vueltas, entré a algunas tiendas, me senté en un parque, los bares por los que pasaba estaban cerrados o a punto de cerrarse, eran muy grandes o muy ruidosos o muy lo que fuera pero hasta donde sabía no eran el mío de esa noche. Ya medio frustrada quise perderme un poco más, me metí por más callecitas, una a la derecha, una a la izquierda, otra a la derecha y ¡lo vi! ¡El lugar perfecto! tenía el cartel más feo entre los feos que me conquistó con un par de mamarrachos y las palabras sake, beer, cocktail, food . Entré y era mi cielito para esa noche, era muy pequeño, cuadrado con la mesa en forma de L que dejaba encerrado en una esquina a su dueño con un espacio de no más de dos metros solo suficiente para cocinar en un mini fogón y servir a sus clientes. Las paredes estaban llenas de estantes con discos de vinilo y algunos instrumentos musicales, me sentía visitando a un personaje de Murakami, sentada en el estudio privado de un melómano desordenado.
El dueño era un cincuentón, delgado de pelo largo y muy simpático, su ingles era limitado pero fue suficiente para comunicarnos, yo estaba muy feliz, el lugar era lo que buscaba: el izakaya ideal. En poco llegó un asiduo del lugar, otro señor que descargó sobre la mesa una colección de nuevos discos y mucha emoción por abrirlos y compartirlos. Por ser colombiana, los dos se pusieron de acuerdo en ponerme un disco de Carlos Santana, es lo más cercano a Colombia que se les ocurrió. Hablamos de Yukio Mishima, el dueño contó que antes de que él comprara el lugar, Mishima era cliente del bar. De lo que decía, no sé que era real y que no, pero eso da igual por que el tiempo que pasé allí fue todo surreal.
Después de comer udon salteado y un par de cervezas salí satisfecha y feliz, sentía la emoción de otro encuentro a medida de lo que buscaba, aún sin tener ni idea de cómo iba a ser. Otra noche, lugar y situación que me llenó de amor por Kioto.
〒604-8041 Kyōto-fu, Kyōto-shi, Nakagyō-ku, Uraderachō, 589
12 de Agosto del 2017 22 horas.