El país azul

Desde el cinema al aire libre se veían las estrellas, se sentía la brisa, se veían las casitas apiñadas en las colinas de esta isla. En el viaje en ferry veía las gaviotas sobre nosotros, decenas de ellas siguiendo el barco, veía el mar de ese azul oscuro pero brillante, las barcas y las montañitas áridas al fondo. Desde mi ventana veo como oscurece, la luz naranja sobre el mar, los yates y las fachadas blancas. Esto es una isla en Grecia y aquí me siento rodeada de tanta paz y belleza que no logro entender cómo me siento o qué hacer con este sentimiento.

Los estímulos llegan en proporciones perfectas, entro al mar varias veces al día, ese mar tan quieto donde floto y veo al fondo sus piedras y su arena, busco las piedras más lindas, todas lo son, miro hacia arriba y hay un cielo impecable y se asoman ramas de pinos. Camino del centro a mi hotel en estrechas calles, paso por el cementerio, por las casas con balcones y enredaderas. ¿La gente vive así? me pregunto y la pregunta me trae una especie de angustia ¿podría yo vivir así? pasé de días oscuros a la calma, los pensamientos se han diversificado y su ritmo se ha ido relajando.

Ahora miro más allá de mis pies y del camino, miro al mar, miro a la montaña, al cielo.

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De la isla salté en ferry a otro pueblo en una península, hay tantas casas vacías, hoteles que fueron gloriosos roídos por el tiempo y el abandono. No se siente lo mismo, esto es una burbuja estancada en el tiempo. Al llegar caminé hasta una playa a 20 minutos, el sol me agredía y sentía una atmósfera diferente y desierta pero en un paisaje igual de hermoso. El mar era el mismo azul, muchas rocas, tierra roja, pocos árboles y una playa idónea. Me quedé dormida entre piedras y arena bajo un pino, fui y vine del agua. En la tarde salí a caminar de nuevo, el agua era de color azul lechoso, olía intenso a mar y azufre. Aguas termales que algún día fueron medicinales, agua de tierra volcánica en un pueblo decadente. A la 13 y 45 llegó mi ferry y volví a Atenas.

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En Atenas vi muchos gatos negros y otros rayados, vi los iconos de la historia, me dormí bajo un gigante platanus escapando del calor extremo, di paseos por las calles rayadas entre los miles de turistas de inicios de Julio. En Atenas presencié un concierto en el Odeon de Herodes y lloré de tanta emoción por lo majestuoso del lugar, de la música y por esa mariposa que volaba perdida por el escenario.

Grecia me regresó a mi centro, me arrulló y embelesó sin esfuerzo.