Noches turcas
Ayer la cortina del hotel no paraba de inflarse y regresar con el viento que llegaba del bósforo. Había un árbol que se mecía rosando la ventana y se escuchaban aves alborotadas desde la mañana. No encontraba energía para moverme de la cama, tenía el cuerpo dormido y agotado. Hoy estoy en otra habitación, en una calle pequeña y más oscura, aquí no llega la brisa. Miro al techo por que tiene algunos detalles intricados y por que es todo lo que logro hacer, quedarme quieta y mirar al techo.
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Hoy en la mañana entré a un café que olía a rosas y en la tarde caminé por las calles mas visitadas de Estambul hasta que no pude más con la multitud. Me pesa un poco la vida, aunque qué grandiosa que es. Tengo el gozo adormilado, menguado por el cansancio, por las imágenes que me llegan de los días pasados, de esas semanas en Polonia tan intensas que aún pesan en los huesos, y claro, que están pesando con confusión en por un amor.
En Katowice vi un cuervo despeinado y vi a un par de hermosos adolescentes con cara de sueño que hundían sus caras contra las ventanillas del tranvía; allí también perseguí la luna llena en una noche de oficina, vi cielos rosa y alarmas de tormentas que nunca llegaron. En Katowice viví ese presente que es ahora recuerdos.
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Hoy camino por estas calles en verano mientras trato de procesar emociones. Me siento perdida, si sí, estoy perdida y me ha estado costando dormir.
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Hoy es otro día y han pasado ya muchos desde el juego entre la cortina y la brisa de ese primer hotel al que llegué. Estoy en otro lugar, en una habitación que da hacia una calle aún más pequeña y aún más oscura. He pasado ya por tantos cuartos de hotel en dos semanas y he recorrido tantas veces las mismas calles mientras voy agregando algunas nuevas a la ruta. Hace unos días visité el mar negro para recoger un poco de arena y piedras, no recuerdo mucho más de lo que haya vivido en estos días turcos, estoy aquí pero estoy desconectada, no creo que importe donde esté, estoy concentrada en el reciente pasado y esperando que este se disuelva un poco y me deje vivir el presente de nuevo. No me siento merecer la belleza de esta ciudad, cuando salgo miro al suelo, escucho mi música y tengo unos escasos momentos de lucidez emocional en los que entiendo lo bello del paisaje, las plantas que trepan en los edificios viejos, los bazares que rebozan de especias, de tejidos y de vidrio de color. Luego están los gatos, a esos sí que los disfruto, están en todo lado con sus poses cómodas tomando sientas sobre los libros, las ropas en venta o cualquier caja de cartón vacía; están sobre monumentos históricos, en medio de calles principales, en los sillones de los restaurantes caros, están ahí acostumbrados a ser mimados por cualquiera que pase, y yo los uso, me acerco y me recargo de ellos, de esos callejeros, gatos dóciles de ciudad, dueños de todo.
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Hace unos días la luna estaba llena y amarilla, como la que perseguí hace unas semanas, pero aquí estaba sobre el Bósforo y aprendí que en turco hay una palabra para el reflejo de la luna sobre el agua: Yakamoz, tan específica y hermosa.
Mañana me voy, tendré que volver cuando esté en mi centro. Hasta luego Estambul.