SunWoo y el templo budista
El Templo
Hace unos meses me enteré de que en Seúl hay un templo de comida que hace parte de una red llamada Temple Stay, templos que ofrecen diferentes opciones para locales e internacionales que quieran tener la experiencia de pasar unos días fuera de su cotidianidad, participar de ceremonias, meditar o solo despejar la mente a su manera. Es algo que usualmente no haría pero los templos budistas son los lugares que más me gusta visitar en esta región de Asia, a diferencia de las iglesias católicas a las que estoy acostumbrada y que generan una sensación más opresiva, los templos budistas son abiertos, llenos de color y sensación de libertad. Hasta entonces los he visitado sin conocer el protocolo para entrar y comportarme acorde, así que siempre me sentí limitada a apreciarlos superficialmente y evitar cometer errores adentro, al fin y al cabo son lugares sagrados que exigen respeto.
Decidí irme y pasar la noche en un templo, vi la imagen de uno entre dos montañas y un festival de té, esto cubría todos mis intereses, incluida mi obsesión por visitar el campo coreano y ver un paisaje menos minado de urbe.
Guinsa, el nombre del templo, es como un pequeño pueblo donde viven 400 monjes (250 mujeres, 150 hombres). Nos recibió Sunwoo, un hombre de unos 50 años (es dificil adivinar su edad). Llegué a las 3 pm en el mismo bus que una chica francesa, así que Sunwoo nos dio a ambas una instrucción rápida del lugar y nos enseñó la habitación que compartiríamos.
Aunque el templo es muy nuevo, solo tiene menos de medio siglo, Guinsa se ha consolidado como uno de los más importantes de Corea. Tuvimos la libertad de explorar, caminamos en subida, solo veíamos gente activa, monjas y voluntarios trabajando por todo el lugar, verlos desde arriba era como estar en un set de una película en un remoto pueblo coreano un siglo atrás. Subimos a una montaña, me costó muchísimo hacerlo, tardé mucho tiempo y pensé un par de veces que me iba a desmayar. Al final, en el tope de la montaña, la vista no fue nada increíble pero las señales indicaban que era el camino para llegar al Nirvana, ¿cómo no iba a seguirlas?.
En la tarde, antes del anochecer fuimos a una ceremonia en el edificio principal, Sunwoo nos enseñó el protocolo básico, fui la peor de la clase, mis agachadas y paradas fueron incómodas y mal hechas pero al final aprendí a hacer la reverencia, justo después de la ceremonia.
A las 6 era hora de la cena, comimos en un lugar reservado para los trabajadores, voluntarios y visitantes, no para los monjes que viven allí. El principio es muy fácil, no se puede desperdiciar absolutamente nada de comida y era nuestra responsabilidad servirnos lo justo y no dejar nada en el plato, ni una gota, ni un grano, teníamos que controlar la porción, ser muy conscientes de las cantidades que elegimos. La cena terminó, una última vuelta por el tiempo. Hora de dormir, la próxima ceremonia sería a las 3:30 de la mañana, necesitaba estar descansada y recuperarme de la subida a la montaña.
3:10 am
Hora de levantarnos para la ceremonia.
Sueño y lluvia.
3:30 am
Me quedé dormida.
Sunwoo
Sunwoo me cautivó, con pocas palabras parecía que podíamos ser amigos, era cínico, tranquilo, abierto y crítico, en algo nos parecíamos, no supe en qué, tampoco me interesaba encontrar el qué; siento fascinación por esos momentos mientras viajo, cuando de la nada surge un ser que parece esencialmente similar a mí y siento la corazonada de que de raíz hay algo allí que nos uniría en amistad y ese algo no tiene relación con la edad ni el origen, es algo que depende más del sentido del humor y el ritmo con que se interactúa.
En estos escasos encuentros siempre hay una condición que marca todo, son personas a las que no volveré a ver y lo sé, y esa naturaleza pasajera hacen a la punzada y el afecto más intensos, allí no habrá ni cotidianidad ni información de más, nunca veré todos los tonos de su humor, ni sabré mucho de su pasado o sus aspiraciones. Nunca sabrán de mí y con esa fugacidad basta, queda un amor (no romántico) cálido en el corazón, son los encuentros que marcan profundo en un viaje.
Durante la cena, cuando ya lo consideraba mi amigo le pregunté
A - A propósito, Como te llamas?
S - Sunwoo
A - Sunwoo.....me gusta tu nombre
S - Sun significa meditación, woo significa amigo
*se pronuncia Sonu
Después de Guinsa
Amaneció lloviendo, Sunwoo me regaló una gran pera, una sombrilla, y me acompañó a la parada del bus. Dos días antes reservé una pensión de forma muy aleatoria en lo que parecía un lugar no muy lejos del templo. Lo que usualmente tardaría solo una hora en carro me llevó 4 buses y casi 5 horas de viaje. Llegué a PyeongChang a las 5 de la tarde, en la ruta solo estuve tratando de digerir el paisaje natural de Corea. Montañas pequeñas comparadas a las nuestras, verde oscuro de pinos, grandes ríos de agua limpia, tonos de azul en las montañas, todo modestamente bello con algo de oscuridad. Pensé que aunque el paisaje parece corriente, nunca había visto algo igual, siempre vi montañas más grandes o más verdes o más variadas, la sensación era muy diferente a la que sentí frente al paisaje japonés que es lo más parecido que había visitado.
Llegué a PyeongChang con fiesta de pueblo, estaban celebrando el festival de la flor roja de 100 días, o esa fue la traducción literal que me dio el dueño de la pensión. El sentimiento era nuevamente de película, era algo decadente, una mujer muy operada cantando trot, poco público, billetes de 1 dolar (mil won) en su cinturón; después de ella, un campo abierto con agrupaciones locales tocando tambores, allí adentro parecían estar casi en trance, todos los sonidos eran repetitivos y al tiempo caóticos. El público era muy mayor, esa Corea era nueva para mi, la Corea vieja del campo.
En la pensión fui la única huésped de ese día, mi lugar era una casita de madera frente al río y montañas. El dueño me invitó a cenar y tomar soju, como solo pude con una copita me compensaba con manzanas de su jardín y chocolate japonés.
De PyeongChang tomé un par de buses hasta la costa oriental de Corea, tardé 3 horas en llegar hasta Donghae donde tenía un estudio reservado. La locación fue fatal, aunque podía ver el mar y tenía un lindo balcón, estaba en una montaña prácticamente desconectada de todo. Bajé a la calle principal a buscar comida y al subir me perdí incontables veces, el mapa solo me daba rutas que quizás algún día existieron pero ahora estaban cubiertas de maleza y plantas, a las 6 de la tarde a un pelo de la oscuridad total, estaba subiendo por una montaña en un camino que no existía hasta que una telaraña gigante frente a mí me hizo regresar una vez más. Al final lo acepté, tomé el camino largo, el mismo que había usado para bajar, después de Guinsa tenía las piernas debiluchas pero no tenía más opción.
El siguiente día solo fui a mirar al mar y ver a dos señoras sembrar lechugas junto a los rieles del tren. Tomé un taxi de regreso, finalmente aprendí a usar la aplicación de taxis que está solo en coreano, pasé la noche y al medio día tomé un bus de regreso a Seúl.
Volví a la ciudad.
Nota: viajé con mi cámara pero olvidé la batería y la memoria así que solo logré fotos del celular.